VIDA
El primer derecho de una persona humana es su vida. Ella tiene otros bienes y algunos de ellos pueden ser más preciosos (la libertad, la igualdad, la cultura, etc.); pero aquél es el fundamental, condición para todos los demás. Por esto debe ser protegido más que ningún otro.
Es un derecho inalienable, pertenece a la naturaleza humana.
No es una concesión de la sociedad ni del gobierno, a quienes no les corresponde reconocer este derecho a unos y no reconocerlo a otros. El derecho a la vida ha sido consagrado de forma explícita en los tratados fundamentales internacionales, especialmente en los referidos a los Derechos Humanos. El derecho a la vida no solo protege a las personas de la muerte, sino toda forma de maltrato o violencia, física o psicológica, que haga su vida indigna.
Desde el primer momento de su existencia, el ser humano debe ver reconocidos sus derechos de persona. Toda vida humana es digna y merecedora de protección y respeto de manera absoluta desde el momento de la concepción hasta la muerte natural.
Una situación paradójica se ve en el hecho de que, mientras se atribuyen a la persona nuevos derechos, a veces incluso presuntos derechos, no siempre se tutela la vida como valor primario y derecho primordial de cada hombre.
Ante la “duda” de algunos de “¿cómo puede ser humano algo tan pequeño y que en las primeras semanas no tiene el más mínimo aspecto de tal?” o la afirmación de otros de que “es solo un tejido”, o una “bola de grasa”, “un algo” (vegetal o animal) que está vivo pero que no es humano; la genética muestra con toda claridad y evidencia que cada ser es lo que es desde el momento de la fecundación. Es decir, el embrión es un ser humano pues presenta las características biológicas de la especie humana; es una vida humana distinta de la de la madre; pero, además, es una persona, es decir, es un ser humano singular, único, irrepetible e irreemplazable.
El cuerpo de un hijo, dentro o fuera, nacido o por nacer, no es parte del cuerpo de su madre ni es de su propiedad. Abortar no es automutilarse sino mutilar a otro. Debemos empeñarnos en que la libertad de decidir de toda mujer, sobre ser o no madre, se ejerza antes del embarazo.
La vida en sus momentos más vulnerables, antes de nacer y en la declinación de la existencia, exige una protección especial y un renovado esfuerzo para su preservación.