Cuando en enero empezamos a escuchar que el virus Covid-19 estaba infectando a numerosas personas en China y que se estaba propagando rápidamente a otros países, de este lado del mundo parecía no solo lejano sino exagerado, ya que no sería la primera vez que un virus se presentara.
Al parecer, cada cierto tiempo al mundo le aqueja una cepa diferente de virus, como se ha visto en este inicio de siglo, enfermedades que también segaron vidas, como lo demostraron el SARS, la gripe aviar, el MERS, el H1N1, el zika y el ébola, y que en ciertos casos la Organización Mundial de la Salud declaró pandemias.
En estos dos meses del coronavirus, que según nos informan no es nuevo, sino que lo nuevo es la mutación que hizo en esta ocasión y que ha estado cobrando demasiadas vidas, no tiene hasta ahora una vacuna, a pesar de que diversos laboratorios están en una carrera contra el tiempo para conseguir una cura; nos han dicho también que el grupo más vulnerable son los adultos mayores y las personas que ya tienen alguna enfermedad previa, y que aunque en gente más joven es posible sanar, lo que más asusta es la rapidez con que el virus se propaga y el eventual colapso que puede haber en el sistema de salud al no existir suficientes camas y equipo para el tratamiento pulmonar que se pudiera necesitar.
Los países de Asia que iniciaron con la enfermedad supieron cerrar filas y aislarse en aras de detener la propagación del virus; para Europa la lección ha sido muy cara, como hemos visto en Italia y España, y tristemente en nuestro país pareciera que el presidente no le está dando la importancia que merece la situación, como hemos constatado e incluso la prensa mundial ha advertido.
Hasta ayer se tenían 196,461 casos reportados, se han recuperado 81,683 personas y se ha registrado la muerte de 7,924 personas.
El Covid-19 se ha detectado en 163 países, siendo los más afectados China, Italia, Irán, España, Alemania, Corea del Sur, Francia y Estados Unidos.
Las medidas que han tomado los países han sido radicales: cerrar fronteras, cerrar fábricas y comercios manteniendo únicamente lo estrictamente necesario, cerrando escuelas y universidades, cancelando eventos masivos, incluida la celebración de la Santa Misa (aunque los sacerdotes siguen celebrando en forma privada la Eucaristía); también invitando a la gente a permanecer en cuarentena en casa para evitar contagios, extremando las precauciones en materia de prevención e higiene con lavado de manos recurrente y desinfección con antivirales, el uso de tapabocas para la gente ya contagiada en primer lugar y la gente que está enferma de cualquier otra cosa.
Todo lo que nos está tocando vivir parece extraído de un cuento de ciencia ficción, aunque de todos es sabido que la realidad siempre la ha superado.
Surge entonces la pregunta, ¿el Covid-19, para qué? Creemos que es para agradecer, solidarizarse con los demás, para la reflexión y el recogimiento personal y familiar en la oración, para volver a convivir y recuperar los hábitos de familia perdidos por la vorágine del activismo, para cuidar del hermano desprotegido y del adulto mayor solitario, siendo responsables por su salud cuidando la nuestra en el aislamiento.
Hoy más que nunca se nos piden remedios sencillos, que no tienen un alto costo monetario pero que en materia de voluntad nos cuesta mucho, solo acatando las medidas lograremos frenar esta pandemia. La oración ayuda y es poderosa, unidos unos por otros para que esta contingencia no se prolongue demasiado y se frenen las muertes por el virus.